miércoles, 15 de mayo de 2024

Kautsky resumiendo el auge y decadencia del poder del papado

A continuación, ofrecemos al lector un extracto de la obra de Karl Kautsky «Tomás Moro y su utopía», (1888), en la que se dan unos apuntes precisos sobre las circunstancias que impulsaron a la Iglesia romana y al papado tras la caída del Imperio romano de Occidente, así como de aquellas que llevaron a su posterior pérdida de influencia en la Edad Moderna. El capítulo se divide en los siguientes subapartados: a) La Iglesia en la Edad Media: su necesidad y poder, b) La base del poder del papado c) El derrocamiento del poder papal.

La Iglesia en la Edad Media: su necesidad y poder

«Los antagonismos de clase indicados en el capítulo anterior asumieron las más diversas formas en el curso de su desarrollo, cambiando según el tiempo y el lugar, y sus elementos combinados según las influencias externas, las tradiciones históricas y los intereses del momento, de la forma más variada. Pero por confusa que pueda parecer la historia de los siglos XV y XVI, un hilo escarlata la atraviesa y marca esa época: la lucha contra la Iglesia Papal. No debe confundirse la Iglesia con la religión, de la que nos ocuparemos más adelante. La Iglesia había sido el poder predominante en la época feudal y su destino estaba ligado al del feudalismo.

Cuando los teutones invadieron el Imperio romano, se enfrentaron a la Iglesia como heredera de los Césares, como organización que mantenía unido al Estado, como representante del modo de producción de la época agonizante. Por reducido que fuera este Estado y por regresivo que fuera el modo de producción, ambos eran muy superiores a las condiciones políticas y económicas de los bárbaros teutones. Los teutones eran superiores moral y físicamente a la decadente Roma, que, sin embargo, los sedujo por su prosperidad y sus tesoros.

El saqueo no es un modo de producción. El mero saqueo a los romanos no podía satisfacer permanentemente a los teutones; por eso comenzaron a producir a la manera de los romanos. En la medida en que lo hicieron, cayeron imperceptiblemente en dependencia de la Iglesia, que era su maestra, y cuando se hizo necesaria una organización política correspondiente a este modo de producción, sólo la Iglesia podía proporcionarla.

La Iglesia enseñó a los teutones métodos agrícolas mejorados: los monasterios fueron instituciones agrícolas modelo hasta finales de la Edad Media. También eran los sacerdotes quienes enseñaban a los teutones las artes y la artesanía. No sólo los campesinos prosperaron bajo la protección de la Iglesia, sino que la Iglesia también protegió a la mayoría de las ciudades hasta que éstas fueron lo suficientemente fuertes para protegerse a sí mismas, y fomentó el comercio.

Los grandes mercados se celebraban principalmente en las iglesias o cerca de ellas. La Iglesia buscó por todos los medios atraer compradores a esos mercados. También fue la única potencia que en la Edad Media se ocupaba del mantenimiento de las grandes rutas comerciales y facilitaba los viajes gracias a la hospitalidad de los monasterios. Muchos de estos últimos, como los hospicios de los pasos alpinos, se dedicaban casi exclusivamente a promover las relaciones comerciales. La Iglesia consideraba que las relaciones comerciales eran tan importantes que, para facilitarlas, se alió con influencias que representaban la cultura del último Imperio romano en los Estados teutónicos: el judaísmo, que los Papas protegieron durante mucho tiempo. Si bien los alemanes siguieron siendo teutones poco sofisticados, los judíos fueron recibidos cordialmente como mensajeros de una civilización superior. Los comerciantes cristianos teutónicos no se convirtieron en hostigadores de judíos hasta que entendieron el comercio ambulante tan bien como los judíos.

Es bien sabido que todo el conocimiento de la Edad Media se encontraba en la Iglesia, que ella proporcionó constructores, ingenieros, médicos, historiadores y diplomáticos. Toda la vida material de la humanidad, así como su vida mental, fue un flujo de la Iglesia: no es de extrañar que ella capturara a toda la humanidad y determinara cómo los hombres debían pensar y sentir. No sólo el nacimiento, el matrimonio y la muerte le dieron ocasión de intervenir, sino que también el trabajo y las fiestas estaban regulados y controlados por ella.

Además, el desarrollo económico hizo que la Iglesia fuera necesaria no sólo para el individuo y la familia, sino también para el Estado. Ya hemos señalado que cuando los teutones pasaron a un modo de producción superior, a una agricultura desarrollada y a una artesanía urbana, se hizo necesario un nuevo sistema político. Pero la transición a un nuevo modo de producción avanzó demasiado rápido, especialmente en los países romances, Italia, Hispania y la Galia, donde ya estaba arraigada en la población nativa, para permitir a los teutones formar el nuevo órgano político a partir de su primitiva constitución. Las funciones políticas recayeron casi por completo en la Iglesia, que se había convertido en una organización política a finales del Imperio Romano.

martes, 23 de abril de 2024

Engels y Kovaliov: ¿cuáles fueron las causas de la caída del Imperio romano de Occidente?

La siguiente publicación corresponde a una serie de textos que explican tanto la caída del Imperio romano de Occidente como también el tránsito del sistema de producción esclavista al feudal. El orden de publicación será en orden cronológico: a) el primer texto corresponde a Friedrich Engels y su obra «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado» (1884); b) el segundo corresponde a Serguéi Kovaliov y un extracto de su obra «Historia de Roma» (1948); c) y el tercero corresponde de nuevo a Kovaliov y su artículo «El vuelco social del siglo III al V en el Imperio romano de Occidente» (1954), donde aclara y amplía algunas cuestiones de su anterior investigación.

Engels sobre los motivos de la caída del Imperio Romano y sus consecuencias

«Antes estuvimos junto a la cuna de la antigua civilización griega y romana. Ahora estamos junto a su sepulcro. La garlopa niveladora de la dominación mundial de los romanos había pasado durante siglos por todos los países de la cuenca del Mediterráneo. En todas partes donde el idioma griego no ofreció resistencia, las lenguas nacionales tuvieron que ir cediendo el paso a un latín corrupto; desaparecieron las diferencias nacionales, y ya no había galos, íberos, ligures, nórdicos; todos se habían convertido en romanos. La administración y el Derecho romanos habían disuelto en todas partes las antiguas uniones gentilicias y, a la vez, los últimos restos de independencia local o nacional. La flamante ciudadanía romana conferida a todos, no ofrecía compensación; no expresaba ninguna nacionalidad, sino que indicaba tan sólo la carencia de nacionalidad. Existían en todas partes elementos de nuevas naciones; los dialectos latinos de las diversas provincias fueron diferenciándose cada vez más; las fronteras naturales que habían determinado la existencia como territorios independientes de Italia, las Galias, España y África, subsistían y se hacían sentir aún. Pero en ninguna parte existía la fuerza necesaria para formar con esos elementos naciones nuevas; en ninguna parte existía la menor huella de capacidad para desarrollarse, de energía para resistir, sin hablar ya de fuerzas creadoras. La enorme masa humana de aquel inmenso territorio, no tenía más vínculo para mantenerse unida que el Estado romano, y éste había llegado a ser con el tiempo su peor enemigo y su más cruel opresor. Las provincias habían arruinado a Roma; la misma Roma se había convertido en una ciudad de provincia como las demás, privilegiada, pero ya no soberana; no era ni punto céntrico del imperio universal ni sede siquiera de los emperadores y gobernantes, pues éstos residían en Constantinopla, en Tréveris, en Milán. El Estado romano se había vuelto una máquina gigantesca y complicada, con el exclusivo fin de explotar a los súbditos. Impuestos, prestaciones personales al Estado y censos de todas clases sumían a la masa de la población en una pobreza cada vez más angustiosa. Las exacciones de los gobernantes, los recaudadores y los soldados reforzaban la opresión, haciéndola insoportable. He aquí a qué situación había llevado el dominio del Estado romano sobre el mundo: basaba su derecho a la existencia en el mantenimiento del orden en el interior y en la protección contra los bárbaros en el exterior; pero su orden era más perjudicial que el peor desorden, y los bárbaros contra los cuales pretendía proteger a los ciudadanos eran esperados por éstos como salvadores.

No era menos desesperada la situación social. En los últimos tiempos de la república, la dominación romana reducíase ya a una explotación sin escrúpulos de las provincias conquistadas; el imperio, lejos de suprimir aquella explotación, la formalizó legislativamente. Conforme iba declinando el imperio, más aumentaban los impuestos y prestaciones, mayor era la desvergüenza con que saqueaban y estrujaban los funcionarios. El comercio y la industria no habían sido nunca ocupaciones de los romanos, dominadores de pueblos; en la usura fue donde superaron a todo cuanto hubo antes y después de ellos. El comercio que encontraron y que había podido conservarse por cierto tiempo, pereció por las exacciones de los funcionarios; y si algo quedó en pie, fue en la parte griega, oriental, del imperio, de la que no vamos a ocuparnos en el presente trabajo. Empobrecimiento general; retroceso del comercio, de los oficios manuales y del arte; disminución de la población; decadencia de las ciudades; descenso de la agricultura a un grado inferior; tales fueron los últimos resultados de la dominación romana universal.

martes, 16 de abril de 2024

Los nuevos gritos del modernismo en la pintura; Alfred Uçi, 1978

«Después de enterrar todos los modelos obsoletos del modernismo, la estética burguesa y revisionista se puso a trabajar para publicitar sus nuevas variantes. Esto también se repitió con el abstraccionismo. La estética modernista lleva mucho tiempo intentando convencer al público de que «la verdadera revolución» en la pintura no la hizo el cubismo ni ninguna otra escuela de las que hemos mencionado, sino el abstraccionismo. «El cubismo era sólo una escuela», escribió el teórico francés del modernismo M. Ragon, «mientras que el arte abstracto [1] es el movimiento más extenso y, si se considera el pasado, sólo puede compararse con la revolución estética conocida como Renacimiento». Comparar el abstraccionismo en términos de importancia con la pintura del Renacimiento y evaluarlo como una «revolución» es una mentira rancia de la estética burguesa, pero, sin embargo, hay que admitir que el abstraccionismo es uno de los fenómenos más importantes del modernismo.

Abstraccionismo, historia, antiestética

El abstraccionismo es la principal variante del formalismo modernista en el campo de la pintura. No hay otra escuela de pintura modernista donde las tendencias antiestéticas, decadentes y formalistas del modernismo aparecen con tanta agresividad como en la pintura abstraccionista. El abstraccionismo constituye esa escuela, que la estética modernista ha tratado de defender teóricamente con más fuerza que cualquier otra tendencia. El abstraccionismo ha tenido la vida más larga y continúa existiendo y ejerciendo una gran influencia incluso hoy en las artes figurativas de los países capitalistas y revisionistas.

A veces se equipara al abstraccionismo con el arte modernista en general. Sí, el abstraccionismo es solo una variante de la pintura y escultura modernistas, en la que se abandona por completo el carácter figurativo y la presentación de objetos y fenómenos del mundo real. El abstraccionismo es un tipo de pintura y escultura que afirma no tener relación con los objetos del mundo real y no tener nada que recuerde a las personas las impresiones sensoriales de objetos y fenómenos concretos del mundo real.

La intención de la pintura abstraccionista de cortar toda conexión con el mundo de las cosas, con la realidad, es una de sus tendencias más antiestéticas y decadentes. Este objetivo está en abierta oposición al camino natural seguido por la formación de la conciencia estética del hombre. Los sentimientos estéticos, las imágenes y los conceptos estéticos del hombre se han formado y se están formando bajo la acción directa de fenómenos concretos de la realidad natural y social. El contacto directo de los sentidos humanos con los fenómenos estéticos concretos es la premisa primera y más necesaria de la adquisición estética de la realidad, de la formación de las imágenes estéticas iniciales del hombre y luego de la conciencia estética. Por supuesto, estos se desarrollan, se enriquecen junto con el desarrollo de la práctica social, incluida la práctica estética. En la conciencia humana puede haber imágenes estéticas de diferentes grados de generalización, pero la conciencia estética del hombre −sin la cual no hay ni puede haber creatividad artística− siempre contiene un bagaje mínimo de impresiones e imágenes sensoriales estéticas, concretas, vivas y estéticas que el hombre adquiere a través de contactos y experiencias directas con el mundo viviente, con objetos y fenómenos concretos.

La idea de que el abstraccionismo es fruto de una conciencia estética depurada, formada por elementos estéticos «puros», que nada tienen que ver con el mundo, que el sujeto crea por sí mismo con la ayuda de la imaginación, no es correcta. Incluso muchos teóricos del modernismo han admitido que, a pesar de los esfuerzos de los pintores abstraccionistas más extremos por distanciarse completamente de la realidad, su «sombra» los sigue en su creatividad y de una forma u otra asoma su cabeza en ella. Un esteta modernista ha dicho que el pintor modernista tiene que librar una guerra continua con el demonio de la realidad, para que éste no penetre en las obras a través de su imaginación. En este sentido, el abstraccionismo es verdaderamente una obra destructiva, porque está llena de esfuerzos y luchas para perder las huellas de la realidad en las pinturas, para hacer imposible el nacimiento de cualquier asociación y analogía entre las pinturas abstraccionistas y cualquier lado de la realidad. Por mucho que los pintores abstraccionistas crean que construyen sus cuadros con «elementos puramente estéticos», en realidad, a través de estos elementos, todo tipo de asociaciones reales penetran en sus cuadros, recordando de una forma u otra al mundo de los objetos. La idea de la posibilidad de la existencia de una conciencia estética «pura», independiente del mundo, de una imaginación que hila sus productos enteramente a partir de sí misma, ha sido refutada durante mucho tiempo por la filosofía materialista.

El materialismo ha argumentado que todo el contenido de la conciencia humana se deriva de la realidad objetiva, que siempre es su reflejo, e incluso la fantasía más depravada y distorsionada sigue relacionada con la realidad, siendo un reflejo distorsionado de ella. Incluso la conciencia estética de los abstraccionistas no es tan «pura» como la presentan; es también una especie de reflexión, pero una reflexión torcida, engañosa, que no ayuda al hombre a descubrir la verdad sobre la vida, que le impide descubrir sus bellezas, sus genuinos valores estéticos. Los abstraccionistas, que pretenden escapar de cualquier influencia de la realidad, construir sus pinturas con un contenido estético «puro», en realidad caen bajo el poder demoníaco de las fuerzas regresivas que operan en la sociedad, de una conciencia estética enferma, del formalismo.

lunes, 8 de abril de 2024

Causas y consecuencias del movimiento iconoclasta en el Imperio Bizantino


«Las desastrosas guerras de los siglos VI, VII y VIII, que exigieron, para reponer las pérdidas de los ejércitos, la cooperación de los terratenientes, reforzaron la posición de esta clase y llevaron también en Oriente a una especie de feudalismo. Faltaba aquí, es verdad, la mutua dependencia de los señores feudales y los vasallos, que es característica del sistema en Occidente, pero también el emperador pasó a depender más o menos de los terratenientes, en cuanto que ya no disponía de los medios necesarios para mantener un ejército de mercenarios [21]. El sistema de la concesión de propiedades territoriales como indemnización por servicios militares no se desarrolló, empero, en el Imperio bizantino más que en pequeña escala. Los beneficiarios fueron aquí, a diferencia de lo que ocurrió en Occidente, no los magnates y los caballeros, sino los campesinos y los simples soldados. Los latifundistas procuraban, naturalmente, absorber las propiedades así surgidas de campesinos y soldados, lo mismo que habían hecho en Occidente con la libre propiedad territorial de los campesinos. Y también en Oriente los labradores se ponían bajo la protección de los grandes señores, a causa de las a menudo insoportables cargas tributarias, lo mismo que habían tenido que hacer en Occidente a causa de la inseguridad de la situación. Por su parte, los emperadores, al menos al principio, se esforzaban por impedir la acumulación de la propiedad, ante todo, desde luego, para no caer ellos mismos en manos de los grandes terratenientes. Su principal interés durante la larga y desesperada guerra contra los persas, ávaros, eslavos y árabes fue el mantenimiento del ejército; cualquier otra consideración era subordinada a este interés primordial. La prohibición del culto a las imágenes no fue sino una de sus medidas de guerra. 

El movimiento iconoclasta no iba propiamente dirigido contra el arte; perseguía no al arte en general, sino a una manera determinada de arte; iba contra las representaciones de contenido religioso. La prueba de ello la tenemos en el hecho de que, aun en el momento de la más violenta persecución contra las imágenes, las pinturas decorativas eran toleradas. La lucha contra las imágenes tenía, ante todo, un fondo político; la tendencia antiartística en sí misma era una corriente subterránea y relativamente de poca importancia en el conjunto de los motivos, y quizá la menos significativa. En los lugares en que comenzó el movimiento, esta tendencia tuvo una importancia mínima, si bien en la difusión de la idea iconoclasta tuvo una influencia muy digna de consideración. Para el bizantinismo ulterior, tan entusiasta de las imágenes, la aversión contra la representación plástica de lo numinoso, así como el horror contra todo lo que recordaba a la idolatría no tuvieron mayor importancia que la que tuvieron para el cristianismo antiguo. Hasta que el cristianismo no fue reconocido por el Estado, la Iglesia había combatido el uso de las imágenes en el culto, y en los primeros cementerios sólo las había tolerado con limitaciones esenciales. Los retratos estaban allí prohibidos, las esculturas se evitaban y las pinturas quedaban reducidas a representaciones simbólicas. En las iglesias estaba prohibido en absoluto el empleo de obras de arte figurativas. Clemente de Alejandría insiste en que el segundo mandamiento se dirige contra las representaciones figurativas de todo género. Esta fue la norma por la que se rigieron la Iglesia antigua y los Padres. Pero después de la paz de la Iglesia ya no había que temer una recaída en el culto a los ídolos; la plástica pudo entonces ser puesta al servicio de la Iglesia, aunque no siempre sin resistencias y sin limitaciones. En el siglo III Eusebio dice que la representación de Cristo es idolátrica y contraria a la Escritura. Todavía en el siglo siguiente eran relativamente raras las imágenes aisladas de Cristo. Sólo en el siglo V se desarrolla la producción en este género artístico. La imagen del Salvador se convierte más tarde en la imagen del culto por excelencia, y al fin constituye una especie de protección mágica contra los malos espíritus [22]. Otra de las raíces de la idea iconoclasta, ligada indirectamente con el horror al ídolo, era la repulsa del cristianismo primitivo contra la sensual cultura estética de los antiguos. Este motivo espiritualista encontró entre los antiguos cristianos infinitas formulaciones, de las que la más característica es quizá la de Asterio de Amasia, que rechazaba toda representación plástica de lo santo porque, según él pensaba, una imagen no podía menos de subrayar en lo representado lo material y sensual. «No copies a Cristo –advertía–; ya le basta con la humillación de la Encarnación, a la cual se sometió voluntariamente por nosotros, antes bien, lleva en tu alma espiritualmente el Verbo incorpóreo». 

lunes, 18 de marzo de 2024

Lenin: ¿bajo qué premisas niegan los empiriocriticistas la causalidad en la naturaleza?

«La cuestión de la causalidad es de singular importancia para la determinación de la línea filosófica de este o el otro novísimo «ismo», razón por la cual debemos detenernos en esta cuestión más detalladamente.

Empezaremos con la exposición de la teoría materialista del conocimiento en cuanto a este punto. En su réplica ya citada a R. Haym, expuso L. Feuerbach con particular claridad su criterio sobre esta materia.

«La naturaleza y la razón humana −dice Haym− se divorcian en él [en Feuerbach] por completo: un abismo infranqueable se abre entre una y otra. Haym funda este reproche en el párrafo 48 de mi «Esencia de la religión», donde se dice que «la naturaleza no puede ser concebida más que por ella misma; que su necesidad no es una necesidad humana o lógica, metafísica o matemática; que sólo la naturaleza es un ser al cual no se puede aplicar ninguna medida humana, aun cuando comparemos entre sí sus fenómenos y apliquemos en general a ella, con objeto de hacerla inteligible para nosotros, expresiones y conceptos humanos tales como: el orden, la finalidad, la ley, ya que estamos obligados a aplicar a ella tales expresiones dada la naturaleza de nuestro lenguaje». ¿Qué significa esto? ¿Quiero yo decir con esto que en la naturaleza no hay ningún orden, de suerte que, por ejemplo, el verano puede suceder al otoño, el invierno a la primavera, el otoño al invierno? ¿Que no hay finalidad, de suerte, que, por ejemplo, no existe ninguna coordinación entre los pulmones y el aire, entre la luz y el ojo, entre el sonido y el oído? ¿Que no hay ley, de suerte que, por ejemplo, la tierra sigue tan pronto una órbita elíptica como una órbita circular, tardando ya un año, ya un cuarto de hora, en hacer su revolución alrededor del sol? ¡Qué absurdo! ¿Qué es lo que yo quería decir en este pasaje? Yo no pretendía más que trazar la diferencia entre lo que pertenece a la naturaleza y lo que pertenece al hombre; en este pasaje no se dice que, a las palabras y a las representaciones sobre el orden, la finalidad y la ley no corresponda nada real en la naturaleza, en él se niega únicamente la identidad del pensar y del ser, se niega que el orden, etc., existan en la naturaleza precisamente iguales que en la cabeza o en la mente del hombre. El orden, la finalidad, la ley no son más que palabras con ayuda de las cuales traduce el hombre en su lengua, para comprenderlas, las obras de la naturaleza; estas palabras no se hallan desprovistas de sentido, no se hallan desprovistas de contenido objetivo; pero, sin embargo, es preciso distinguir el original de la traducción. El orden, la finalidad, la ley expresan en el sentido humano algo arbitrario. (…) El teísmo deduce directamente del carácter fortuito del orden, de la finalidad y de las leyes de la naturaleza su origen arbitrario, la existencia de un ser diferente a la naturaleza, y que infunde el orden, la finalidad y la ley a la naturaleza caótica por sí misma y extraña a toda determinación. La razón de los teístas... es una razón que se halla en contradicción con la naturaleza y está absolutamente privada de la comprensión de la esencia de la naturaleza. La razón de los teístas divide a la naturaleza en dos seres: uno material y otro formal o espiritual». (Ludwig Feuerbach; Obras completas tomo VII, 1903)

De modo que Feuerbach reconoce en la naturaleza las leyes objetivas, la causalidad objetiva, que sólo con aproximada exactitud es reflejada por las representaciones humanas sobre el orden, la ley, etc. El reconocimiento de las leyes objetivas en la naturaleza está para Feuerbach indisolublemente ligado al reconocimiento de la realidad objetiva del mundo exterior, de los objetos, de los cuerpos, de las cosas, reflejados por nuestra conciencia. Las concepciones de Feuerbach son consecuentemente materialistas. Y todas las demás concepciones o, más exactamente, toda otra línea filosófica en la cuestión acerca de la causalidad, la negación de las leyes objetivas, de la causalidad y de la necesidad en la naturaleza, Feuerbach cree con razón que corresponden a la dirección del fideísmo. Pues está claro, en efecto, que la línea subjetivista en la cuestión de la causalidad, el atribuir el origen del orden y de la necesidad en la naturaleza, no al mundo exterior objetivo, sino a la conciencia, a la razón, a la lógica, etc., no sólo desliga la razón humana de la naturaleza, no sólo contrapone la primera a la segunda, sino que hace de la naturaleza una parte de la razón, en lugar de considerar la razón como una partícula de la naturaleza. La línea subjetivista en la cuestión de la causalidad es el idealismo filosófico −del que sólo son variedades las teorías de la causalidad de Hume y de Kant−, es decir, un fideísmo más o menos atenuado, diluido. El reconocimiento de las leyes objetivas de la naturaleza y del reflejo aproximadamente exacto de tales leyes en el cerebro del hombre, es materialismo.

Por lo que se refiere a Engels, no tuvo ocasión, si no me equivoco, de contraponer de manera especial su punto de vista materialista de la causalidad a las otras direcciones. No tuvo necesidad de hacerlo, desde el momento que se había desolidarizado de modo plenamente definido de todos los agnósticos en una cuestión más capital, en la cuestión de la realidad objetiva del mundo exterior. Pero debe estar claro para el que haya leído con alguna atención las obras filosóficas de Engels que éste no admitía ni sombra de duda a propósito de la existencia de las leyes objetivas, de la causalidad y de la necesidad de la naturaleza. Ciñámonos a algunos ejemplos. En el primer párrafo del «Anti-Dühring», Engels dice: 

«Para conocer estos detalles [o las particularidades del cuadro de conjunto de los fenómenos universales], tenemos que desgajarlos de su entronque histórico o natural e investigarlos por separado, cada uno de por sí, en su carácter, causas y efectos especiales». (Friedrich Engels; Anti-Dühring, 1878)

sábado, 9 de marzo de 2024

Los polémicos debates entre los historiadores soviéticos sobre los orígenes del pueblo ruso; Equipo de Bitácora (M-L), 2021

[Publicado originalmente en 2021. Reeditado en 2024]

«Los orígenes de los Estados se pierden en un mito, en el que hay que creer y que no se puede discutir». (Karl Marx; La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, 1850)

Hoy, hasta el más honesto de los historiadores se ve obligado a reconocer que la historia ha sido otro campo de batalla ideológico para las clases sociales y sus intereses, una arena donde el nacionalismo burgués siempre ha encontrado un nicho para promover su visión del mundo; el cual, por supuesto, siempre coincide con su proyecto político, económico y cultural del presente:

«El discurso identitario selecciona los padres, los héroes, las víctimas y también los villanos de la patria. Las costumbres tradicionales, los valores constituidos en nacionales, peculiares y distintos de la comunidad; es decir, la creación de un «metapatrimonio», de una «metapatria». Es así como surge la construcción de la doctrina nacionalista. (…) Un reconocimiento de antepasados remotísimos y, por tanto, del todo extraños a todo compromiso con el presunto corazón o raíces. (…) Y un afán por diferenciarse y distinguirse de los otros, que se traduce en rivalidad. (…) Esta forma de construir la evolución histórica obstaculiza la interpretación de una historia de Europa compartida de la que todos pudieran participar». (José Martínez Millán; La sustitución del «sistema cortesano» por el paradigma del «estado nacional» en las investigaciones históricas, 2010)

Si el lector nos ha seguido la pista, sabrá que no es la primera vez que analizamos las teorías de los distintos tipos de nacionalismos, especialmente los que recorren la Península Ibérica. En este ejercicio de intuición, mística y especulación encontramos de todo, desde aquellas ideas que consideran que sus «respectivos pueblos no sufrieron una mezcla racial con otros pueblos invasores», hasta las nociones que defienden que «ellos no recibieron préstamos culturales de pueblos vecinos», o «que solo asimilaron los mejores valores de ellos». Véase el capítulo: «Los conceptos de nación de los nacionalismos vs el marxismo» (2020).

En Rusia, lamentablemente, esto no fue una excepción, ni antes ni después de la Revolución Bolchevique (1917). Como rasgo reconocible de la ideología burguesa, las interpretaciones nacionalistas −bañadas en el idealismo filosófico más fantasmagórico−, intentaron dominar la historiografía rusa incluso tras el derrocamiento del capitalismo, lo que demuestra que este peligro de distorsión y manipulación histórica no cesa ni en los momentos más favorables para las fuerzas de la emancipación. Pero, para hablar del enconado debate que hubo en la URSS sobre el origen de los rusos, quizás antes deberíamos conocer un poco la historia de los pueblos eslavos, sus rasgos iniciales, territorios, economía y creencias −entre otras cuestiones−:

«Los eslavos [del término «slovo», que significaría «palabra, conversación», el concepto «slověne» −en castellano: «eslavo»− vendría a significar «los que hablan» o «los que se entienden al hablar»] constituyen una de las principales ramas de la familia de pueblos de habla indoeuropea. Su territorio originario se sitúa en la región pantanosa del Pripet −Rusia occidental−; posteriormente se extienden por Polonia, Rusia Blanca [actual Bielorrusia] y Ucrania. Divididos tribalmente en: eslavos orientales −o rusos; posteriormente segregados en ucranianos, rusos blancos y grandes rusos−; eslavos occidentales −polacos, pomeranios, abodritas, sorabos, checos, eslovacos−; eslavos meridionales −eslovenos, serbios, croatas, búlgaros−. La denominación común de eslavos obedece fundamentalmente a un criterio lingüístico, ya que presentan una considerable variedad de etnias. (...) Los eslavos primitivos se agrupan en clanes familiares de carácter patriarcal, unidos a su vez en federaciones, dirigidas por los más ancianos; de las federaciones surgen las tribus, dotadas de organización militar (…) y culto −basado en la veneración de los antepasados− comunes. Los jefes de cada clan van constituyendo, poco a poco, la clase aristocrática, cuyo particularismo tribal impide asociaciones superiores y, posteriormente, la transformación de estos pueblos en una gran potencia. En los grandes espacios territoriales de que disponen se dedican a la agricultura, la caza, la pesca, la ganadería y la apicultura. Las explotaciones agrícolas de los orientales incluyen numerosos clanes que practican el régimen comunitario. Existen −sobre todo en las ciudades− los oficios artesanos: carpinteros, tejedores, alfareros, curtidores, peleteros. A lo largo de las vías fluviales navegables se desarrolla un activo comercio. (...) Hay constancia del culto a los árboles y del recurso a los oráculos». (Hermann Kinder, Werner Hilgemann y Manfred Hergt; Atlas histórico mundial, 2004)

Esta etapa Lenin la describiría como sigue:

«La autoridad, el respeto, el poder de que gozaban los ancianos del clan; nos encontramos con que a veces este poder era reconocido a las mujeres (…) En ninguna parte encontramos una categoría especial de individuos diferenciados que gobiernen a los otros y que, en aras y con el fin de gobernar, dispongan sistemática y permanentemente de cierto aparato de coerción, de un aparato de violencia» (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Sobre el Estado, 1919)

A causa de su debilidad y la competencia con otros pueblos belicosos, los primeros pueblos eslavos sufrieron algunas derrotas y, finalmente, fueron divididos entre sí, esparciéndose por varios territorios:

«Tanto la penetración colonizadora de los germanos en el valle del Danubio y en los Alpes orientales −tras aniquilar el reino de los ávaros− como la migración de los húngaros −empujados, desde el este, por los pechenegos, hacia las tierras bajas, alrededor del 900−, destruyen la unidad territorial eslava: los occidentales quedan separados de los meridionales». (Hermann Kinder, Werner Hilgemann y Manfred Hergt; Atlas histórico mundial, 2004)

A nivel general, las tribus originarias de las actuales Dinamarca y Suecia controlaban, en el siglo XIII, los enclaves comerciales más importantes desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro −en la conocida ruta comercial que iba desde los territorios varegos, en Escandinavia, hasta los griegos−. Esta fue, precisamente, una gran zona de emigración para todo tipo de pueblos, por lo que no había demasiada estabilidad étnica, sino todo lo contrario. Los varegos supieron hacerse poco a poco con un hueco entre todos los pueblos por los que iban pasando, bien a través de sus negocios, bien a punta de espada. La crónica franca «Annales Bertiniani», del siglo IX, habla de los «rus», también llamados «rhos», como germanos originarios de la zona de Suecia:

«Esto nos da una información muy importante: la confirmación de que los rhos tenían su origen en Suecia, de donde procedían, y que, tras haberse instalado en el Este europeo, algunos en años posteriores se unieron al ejército bizantino, formando la conocida Guardia Varega. Es decir, nos da la confirmación contemporánea de que rhos/rus y varegos designan al mismo conjunto de personas, confirmando el elemento vikingo en la Rus de Kiev». (Pablo Barruezo Vaquero; Los vikingos y el Este europeo Altomedieval. Aproximaciones a las fuentes de estudio para la Rus, 2018)

En la obra de Daniel Salinas Córdova «Entre el comercio y la rapiña. Visiones árabes de los rus, o vikingos orientales. Siglos IX y X» (2016), se documentan muchas crónicas árabes sobre los «rus». El primer caso, sería el del emisario Ahmad Ibn Fadlan, quien visitó, en nombre del Califato abasí, ciudades como Bolghar, en la Bulgaria del Volga, y tomó contacto con todo tipo de pueblos. En su crónica, identificó a los «rus» con ritos típicamente vikingos, como incinerar al fallecido jefe en un barco junto a sus armas, animales y esclavas. Lo mismo puede decirse de sus descripciones físicas y armamento:

«He visto a los Rus, cuando llegaron de sus viajes comerciales y acamparon en Itil [ciudad al norte del Mar Caspio]. Nunca he visto especímenes físicos más perfectos, altos como las palmas datileras, rubios y colorados; no visten túnicas ni caftanes, pero los hombres visten una prenda que cubre una parte del cuerpo y deja las manos libres. Cada hombre tiene un hacha, una espada y un cuchillo, y mantiene cada uno consigo a todo momento. Las espadas son anchas, de tipo franco. Cada mujer lleva en medio de los senos una caja de hierro, cobre, plata o de oro; el valor de la caja indica la riqueza del marido. Llevan collares de oro y plata. Sus adornos más preciados son bolas de cristal verde. Ellos las ensartan como collares para sus mujeres». (Ahmad Ibn Fadlan; Crónica, siglo X)

martes, 27 de febrero de 2024

¿Qué diferencias hay entre un novato y un experto cuando reciben la misma información?

«Primero, construir una estrategia en un dominio determinado supone adquirir conocimiento conceptual −por ejemplo, el significado de variables algebraicas, o la relación que se establece entre variables en una función lineal−, así como conocimiento procedimental −por ejemplo, qué pasos aplicar para solucionar un problema−. Así, en nuestro ejemplo, entender una relación funcional entre variables «X» e «Y» es ir más allá de aplicar mecánicamente una función algebraica, dando valores a «X» para obtener valores de «Y» acordes con la función.

Ambos tipos de conocimiento, conceptual y procedimental, se influyen recíprocamente. Así, cuando se produce un avance conceptual significativo a lo largo de los estadios −por ejemplo, darse cuenta de que el incremento de una unidad en «X» provoca un incremento de la unidad correspondiente en «Y»−, se origina una mejora en el procedimiento de solución. De forma recíproca, cuando los estudiantes avanzaban procedimentalmente −por ejemplo, pasaban de comparar un resultado en una variable «X» con el resultado final, a comparar cómo el resultado en «X» afectaba a «Y», y los cambios en «X» e «Y» afectaban al resultado final−, entonces se producía un avance conceptual. (…)

El hecho de que los estudiantes tuvieran que verbalizar lo que hacían y que el tutor ayudara al estudiante a reflexionar sobre lo que hacían y decían parece un elemento crucial en el avance estratégico. (…)

El aprendizaje de una estrategia se produce inicialmente de manera lenta mediante práctica y reflexión. En esos momentos hay avances conceptuales y procedimentales, tales como los que acabamos de explicar. Tras este aprendizaje inicial, progresar en el dominio de una habilidad requiere práctica abundante. Más aún, cuando se practica extensamente una habilidad con cientos o miles de horas de práctica se producen unos cambios cognitivos importantes. Esos cambios constituyen el paso de novatos, o aprendices iniciales, a expertos. El resultado final es lo que se conoce como conocimiento experto. Este cambio de novato a experto ocurre en cualquier habilidad, sean habilidades relativamente específicas, tales como solucionar problemas de ecuaciones, o más generales, tales como navegar por internet, escribir con coherencia, precisión y elegancia, o hablar en público con claridad y amenidad. Es decir, dado que aprender una habilidad requiere aprender a solucionar problemas o actuar eficazmente en un ámbito determinado, se puede afirmar, en términos generales, que cuanto más se practique, mayor es la probabilidad de alcanzar un alto nivel en esa habilidad, si bien matizaremos esta afirmación al final de esta sección. Un experto, por tanto, es alguien que ha alcanzado un buen dominio en las habilidades específicas de un campo o dominio determinado. En esta sección abordamos tres cuestiones, a saber, los cambios que se producen con el paso de novato a experto, los que se producen cuando se alcanza el nivel experto en una habilidad y el tipo de práctica realmente efectiva para alcanzar ese nivel.

El paso de novato a experto se puede dividir grosso modo en tres estadios −Anderson, 2015− El primero se denomina estadio cognitivo, En este estadio se desarrolla un conocimiento declarativo −por ejemplo, verbal− de las acciones que definen la habilidad. Por ejemplo, en el caso de navegar por internet, algunas de estas acciones serian generar términos de búsqueda, seleccionar los más adecuados, valorar la pertinencia del resultado de la búsqueda con diversos criterios −por ejemplo, pertinencia, relevancia, tamaño, etc.− y otras similares. Frecuentemente, un tutor personal −por ejemplo, un profesor− o virtual proporciona ese conocimiento, el cual es almacenado en la memoria a largo plazo como instrucciones verbales para, posteriormente, ser recuperado en los momentos iniciales de la ejecución de la habilidad. A continuación, entramos en el estadio asociativo. En este estadio ocurren dos fenómenos principales. Primero, los errores en la ejecución de la habilidad se van detectando y eliminando gradualmente. Segundo, se fortalece la conexión entre los elementos requeridos para una ejecución con éxito. El resultado en este estadio es aprender un procedimiento exitoso para ejecutar tareas representativas de la habilidad, aunque el conocimiento procedimental no reemplaza completamente al conocimiento declarativo. Así, normalmente las dos formas de conocimiento coexisten, aunque el conocimiento procedimental es el que gobierna la ejecución de la actividad. En último lugar entramos en el estadio autónomo. En esta fase, el procedimiento está cada vez más automatizado y se ejecuta con mayor rapidez. Habilidades complejas como conducir un coche o leer se desarrollan en la dirección de ser cada vez más automáticos y requerir cada vez menos recursos cognitivos. Otras habilidades como las que mencionamos al comienzo de la sección −por ejemplo, navegar por internet o escribir con coherencia, precisión y elegancia− no llegan a automatizarse. Estas habilidades requieren siempre la aplicación consciente de estrategias especificas −por ejemplo, planificar la información que se necesita buscar, o evaluar la pertinencia de la información que se va a buscar o plasmar en el escrito−, si bien hay componentes de la habilidad −por ejemplo, leer o escribir palabras− que se automatizan, liberando recursos cognitivos para las estrategias de alto nivel −por ejemplo, planificar o evaluar−. En todo caso, aun en estas habilidades que requieren componentes de alto nivel, en el estadio autónomo hay un avance notable en la rapidez y calidad con que se ejecuta la habilidad. 

El progreso a través de estos tres estadios ha sido ampliamente estudiado en psicología en habilidades muy automatizables, como la lectura y, menos automatizables como la resolución de problemas de geometría y otros problemas matemáticos. El progreso sigue una curva exponencial típica, de forma que el tiempo empleado en ejecutar tareas representativas de una habilidad disminuye rápidamente durante los momentos iniciales de práctica, siendo las ganancias posteriores mucho más lentas y menores. Piense el lector, por ejemplo, en el progreso de los niños cuando comienzan a leer. Una vez que conocen las letras y han empezado a leer algunas palabras, en los primeros días, el tiempo requerido para leer una palabra puede ser de varios segundos, para reducirse en poco tiempo a muy pocos segundos, y más tarde ser inferior a un segundo. Reducir en fracciones de segundo el tiempo de lectura por palabra cuesta meses e incluso años.